Doña Primavera había llegado al bosque y ya se estaban comenzando a ver los resultados. Por eso, la mariposa Arcoíris revoloteaba nerviosa por todo el jardín. Quería supervisar cada detalle y así garantizar que todo estuviera listo para la fiesta que estaba a punto de comenzar. Esta vez, el encuentro tenía un motivo especial: celebrar el nacimiento de una nueva flor en el dinámico y colorido jardín donde vivía. Sonrió, pensando en lo bonito que sería. Estaba planeado que durante la fiesta, cada uno de los selectos invitados se acercara a la pequeña, para darle una afectuosa bienvenida.
Paz, después de arreglarse muy bien su blanco plumaje, ataviarse con el collar de las semillitas rojas que le había regalado Danzarín, y ponerse el cintillo de doradas hojas que le habían traído del bosque, se acercó llena de alegría a la fiesta. Ahí fue recibida por su querida amiga, la cotorra Cuqui, quien tenía la gran misión de repetir en la entrada la palabra “Bienvenida”. Al pasar, Paz quedó paralizada por el encanto y la hermosura que aquel lugar le ofrecía.
En una ramita del centro, que hacía el papel de su cuna, estaba aquella chiquitinísima flor, una preciosa margarita. A su alrededor habían mariquitas, zumbadores y abejas; mientras, en la tierra, se disfrutaba de una original danza de gusanitos que se contorsionaban al ritmo que pautaba el trinar de las aves y la tambora improvisada del pájaro carpintero.
La pequeña margarita estaba siendo mecida por su padrino, el Sr. Viento, calentada por su popular abuelo, el anciano Don Sol, y alimentada por su orgullosa mamita, la Madre Tierra.
Paz, la blanca paloma, se abrió paso entre aquella algarabía y se acercó sonriente a la flor recién nacida. Con su pico besó el centro de esta, diciéndole:
– Dulce pequeña, con mi pico te transmito el amor y la paz, que es el regalo que he venido a traerte, para que siempre estén en tu corazón, le den tranquilidad a tu vida y seas capaz de transmitirlos a aquellos a los que te obsequien.
La pequeña, al recibir ese peculiar regalo, se relajó sonriente en la ramita que hacía la función de su cunita. Ajena a aquella fiesta durmió plácidamente, mientras los demás, a su alrededor, continuaban celebrando su existencia.
Así la encontró Don Pancho, el gallo pata de palo, quien, al escuchar lo que dijo la paloma, solo tenía cabeza para pensar que se acercaba su esperada cita con la bella gallina Tina, a quien planeaba declararle su admiración. De pronto, se le ocurrió que la pequeña margarita sería un presente ideal para su amada. Con tal intención, miró cauteloso a su alrededor y …, acercándose a la pequeña, susurró:
– Que linda eres, margarita, serás el regalo perfecto para despertar el amor de Tina, te llevaré conmigo como un humilde obsequio de mi parte, pero, será un secretito entre tú y yo – shiiiiiiiiii.
Así dijo el gallo Don Pancho, cubriendo parte de su pico con una de sus alas, al entrecerrar sus vivarachos ojos, mientras intentaba disimular.
Diciendo esto, como sucedía siempre que estaba contento y tenía una gran noticia, de forma involuntaria sus alas se batieron a toda velocidad, golpeando con fuerza su pecho y, esta vez, su pico se volvió a abrir, sin poder evitarlo, dejando salir su frenético canto: – ¡ki, ki, ri, kiiii! – como anticipo a la comunicación de la buena noticia que pronto daría: “estaba enamorado y, pronto, muy pronto, pretendía declararlo”.
Como era de esperar, el canto del gallo despertó a la pequeña margarita y puso en pausa y alerta a todos los que allí estaban, quienes voltearon a mirar en la dirección en donde se encontraba el decidido Pancho, justo en el momento en el que, evidentemente nervioso al sentir los ojos que lo censuraban por quebrantar el sueño de la recién nacida, abría con rapidez su pico y lo bajaba a toda velocidad hacia la bebé margarita, con la firme intención de cortar de un picotazo su, aun tierno, muy tierno tallo.
Todos los presentes, al unísono, expresaron un ahogado – ¡NOOOOOO! – cuando vieron que pretendía dañar a la pequeña, plan que fue oportunamente frenado por la Paloma Paz, quien, en ese justo momento, atinó de forma ingeniosa a atravesar en su boca las fuertes semillas rojas de su preciado collar, para evitar que el gallo pudiera cerrar su pico y trozara con éste el frágil tallo de la margarita.
Viendo sus planes fracasados, y percatándose de lo que estuvo a punto de hacer, el avergonzado gallo Don Pancho quiso salir corriendo de tres saltos de aquel poblado jardín. En ese afanado intento una de sus patas de palo se quebró, tirándolo de bruces al suelo. En ese momento, fue rodeado por todos los invitados, quienes, con sus desaprobadoras miradas lo obligaron a confesar la razón por la que había intentado realizar una acción tan atroz.
Cubriendo su cara con sus alas, entre un torrente de lágrimas, el gallo explicó lo que había planeado. Todos entendieron la aparatosa situación en la que el mismo Don Pancho se había puesto.
Para salvar el engorroso momento, pidió la palabra la Madre Tierra, diciendo solemne:
– Estimado Pancho, me honra que hayas pensado en mi bella margarita como un buen regalo. Ya no quedan gallos románticos como tú, que den obsequios tan sencillos, pero a la vez tan tiernos y significativos. Solo objeto el momento y la forma como querías llevártela. Mírala, está acabando de nacer. Primero debes permitirle crecer. Si sabes esperar, mi margarita te podrá en su debido momento ayudar.
Todos aplaudieron el discurso de la Madre Tierra y, al cabo de unos días, ya la margarita estaba fuerte, grande, y lista para derretir el corazón de la gallina Tina y hacer feliz a Don Pancho, quien ya había remendado su quebrada pata de palo y marchaba con ojitos de ilusión a visitar a la gallina Tina, declarándole, por fin, con estas palabras su amor:
Preciosa Tina,
Te oigo cacarear y suenan a mi alrededor campanitas,
recibe, por favor, esta fresca margarita.
Así de bello es mi amor, por lo que te pregunto:
¿Quieres convertirte en la gallina reina de mi corazón?
Y Tina contestó:
– Ohhhhhh, Don Pancho, Don Pancho,
¿Cómo puede usted tan solo un instante dudarlo?
Y, colorín, colorado, la gallina Tina otra vez a su ventana se ha asomado, esperando enamorada a su gallardo y amado Pancho, quien, con una bella margarita, su corazón para siempre ha conquistado.
Fin
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