En el estrecho camino de flores que conduce al río, sobre una rama de pino estaba don Grillo. Esta vez no proyectaba su acostumbrada alegría, se veía triste y pensativo. La pulga Maruca notó al instante que algo raro le pasaba al echar de menos el cariñoso saludo que le daba cada mañana.
Maruca frenó su siguiente salto, esperando escuchar, aunque fuera tardío, el discurso que don Grillo solía siempre pronunciar:
“Que te vaya bien Maruca,
que lo que hagas hoy te pueda acercar a alcanzar tus sueños,
que seas agradecida de lo que este día tenga para ti
y oportunidades de servir a tu prójimo puedas conseguir y cumplir”.
Eso no sucedió, don Grillo su acostumbrado discurso aquella mañana no pronunció. Por eso, la pulga Maruca realmente se preocupó. De inmediato retrocedió y de dos saltos al lado de su amigo don Grillo llegó, justo en el momento en que este se desmayó y al suelo cayó ¡PO!
Nunca pensó Maruca que don Grillo sería el prójimo que ese día la necesitaría. Salió rápidamente a buscar la ayuda que requería para acostarlo como se merecía. Luego, a su lado se quedó, cuidándolo con mucho amor.
La ramita en la que don Grillo ahora descansaba cambió de forma para que este se acomodara. Un pajarito se apresuró a buscar un poquito de paja seca para a don Grillo arropar. El Sr. Sol tuvo cuidado de graduar sus rayos para solo tibiar y así evitar a don Grillo quemar, quien indefenso tiritaba por la fiebre que lo atacaba. La mariposa, apresuraba el vuelo para ir al río una y otra vez, a mojar sus antenas, para luego, con un húmedo pétalo intentar bajar la alta temperatura que a don Grillo lo hacía delirar. Todos eran solo preocupación porque don Grillo se encontraba en aquella delicada situación.
Al final de cada día, cuando los rodeaba la noche, a la misma hora en la que don Grillo solía cantar, para la oscuridad de todos alegrar, Maruca, con emoción entonaba para él la canción de cuna que su madre, en momentos como este le cantaba en su niñez:
«Duerme, duerme tranquilito,
yo estoy contigo, yo te vigilo,
a tu lado me tendrás,
por la mañana, al despertar».
Así fue cuidado don Grillo durante toda una semana, mientras estuvo enfermo. Con el amor, la medicina adecuada y la ayuda de los demás, pudo su malestar ir dejando atrás.
Al sanar, don Grillo las gracias a todos les dio y como el insecto sabio que era, supo de esto sacar una buena moraleja:
“Si a los demás sueles saludar, el día que no lo hagas ellos sabrán que algo en ti anda muy mal, se te acercarán y con gusto te ayudarán”.
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