¡Muuuu!, ¡muuuu!, mugía la vaquita Mérari, llamando a su padrino Otoño, porque ya era el día esperado y su padrino aún no se había asomado ¿Qué le habrá pasado?
Aquel 10 de octubre, como cada año, la vaquita Mérari estaba debajo de su árbol más amado, el mismo que le había servido de bello escenario en cada cumpleaños.
Mérari miraba desesperada que, en la lejanía, Otoño ni se asomaba. Entonces, subía la mirada, para comprobar si su árbol alguna de sus hojas ya cambiaba. Al ver que mantenía el mismo color, movía su rabo con desesperación, porque pronto se ocultaría el radiante sol y no obtendría, en aquella ocasión, la esperada foto que completaría su colección.
A Mérari hasta se le quitó el maquillaje que había autorizado a su vecina, en sus bellos labios untarle. Ya no se sentía para nada feliz, no podía creer que tal tragedia le acabara de ocurrir. Como es natural, de esperar y esperar, Mérari vio la noche llegar y con ella sus esperanzas esfumar.
De tanto llorar, Mérari se quedó dormida, triste y abatida, por aquella mala jugada de la vida. Echaba de menos los bellos y variados colores que cada octubre la alegraban, como muestra de que su padrino la acompañaba y la amaba.
Al amanecer, Mérari, de inmediato fue a su apreciado árbol a ver, para comprobar si ya estaba pintado con los colores, que a su fotografía le aportaba un fondo mágico y de ilusiones, sacándole siempre su mejor sonrisa y mirada pícara.
Fue grande su desilusión cuando volvió a encontrar en sus hojas el mismo verdor, sin el menor rastro de lo que esperaba: hojas amarillas, rojas y anaranjadas.
En las siguientes dos semanas, al irse cada noche a la cama, Mérari, por su padrino Otoño rezaba, pues después que se le pasó el enojo, pensó que, por algo su padrino no había en aquella ocasión cumplido con lo que siempre le había prometido. Pedía a Dios para que nada le pasara, y menos por culpa de que ella, con él, se sintió enojada.
Cuando ya no lo esperaba, al abrir los ojos recibió la vista más anhelada: su árbol estaba de gala, vestido con colores amarillo, rojo y naranja. Debajo de tanta belleza, Mérari vio a su enfermo padrino, casi agotar todas sus fuerzas, al descansar con dolor sus muletas sobre una colorida alfombra de hojas bellas, que su amado árbol recién soltara para alegrar cualquier mirada.
Con mucha rapidez, Mérari le llevó un poquito de agua, en una cubeta que con sus dientes fuertemente agarraba. Cuando su padrino Otoño la bebió, y se recuperó un poquito, le contó la razón de que tardara un tiempecito. Por la prisa de llegar se había roto un tobillo, y eso le había dificultado estar puntual, antes del 10 de octubre, como se le solía esperar.
Mérari comprendió la situación y esta vez mugió – ¡muuuu! – pero de pura satisfacción, cuando su padrino Otoño le sacó la fotografía, que su cumpleaños inmortalizaría.
Entonces, al ver a su ahijada radiante de felicidad, su padrino aprovechó para esta moraleja enseñar: “Nunca pienses mal del que no ha cumplido sin conocer primero sus motivos”.
Así, Mérari y su padrino se abrazaron, agradeciendo la oportunidad de celebrar, felices y juntos, otro cumpleaños.
Fin
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