En una acogedora casita, rodeada de un precioso jardín, allá, en la curvita de la calle Girasol vivía la abuelita Vita. Era una dulce señora que tenía su pelo blanco, muy blanco, producto de la experiencia acumulada en una vida de largos años. Todos querían a Vita por su amabilidad y sabiduría. Nadie pasaba por ahí que no se deleitara al verla cuidar las flores de su colorido jardín, o calentándose bajo el sol, leyendo bien acomodada en su antiguo sillón.
Vita solía siempre saludar al ver a alguien pasar, de inmediato lo reconocía y se acercaba, muy cariñosa, para contarle historias que ya todos se sabían; pero, que por cortesía y empatía, otra vez escuchaban y con amabilidad toda su atención le prestaban.
Es que aquella ancianita tenía el respeto de cada habitante de aquel vecindario; pues, si no los conocía desde el nacimiento, había sido amiga de sus padres o de sus abuelos. Los conocía a todos, y cuando digo a todos es a todos. Sabía lo que les gustaba y el nombre de la mascota que les acompañaba. Vita era una de las primeras habitantes del sector, amiga entrañable de todos alrededor.
Un día de tantos, sus vecinos notaron que algo a la abuelita Vita le estaba pasando; pues, comenzó a confundir los nombres de sus amigos, llamando Juan a Beltrán, Pepe a Clemente y alterándose con muchísima gente. Eso alertó a su vecindario, quienes desde el inicio sospecharon que, por la edad, la memoria de Vita le estaba comenzando a fallar, y que el malvado Alzheimer la estaba comenzando a arropar.
Cada vecino fue testigo de su penoso proceso. Al principio los entristecía ver a Vita tan confundida y, después, fue mucho más grande su preocupación cuando la vieron irse desconectando y apagando como, al final de la tarde, lo hace cada día el sol.
– Hola, Vita, ¿Cómo le amanece? – le decía uno de sus amigos al pasar por su popular frente – y Vita ni se inmutaba, o se acercaba alterada, tirándole todo lo que encontraba, muy, pero muy enojada.
– Fuera de aquí – le decía – te oí, estabas hablando mal de la forma como cuido mi jardín – lo expresaba con cara de decepción y dolor, por sentir la traición en esos momentos de pura confusión.
En otras ocasiones se le oía gritar:
– !Ladrón!, sé que fuiste tú quien robó mi alcancía, te llevaste los ahorros de toda mi vida – le gritaba acongojada, con ojos llenos de lágrimas, a quien en ese momento por su frente pasara, cuando en esa penosa realidad mental ella se encontraba.
A algunos les tocó abrazar a aquella ancianita en su doloroso duelo, cuando pasaban por su calle y la encontraban en total desconsuelo, volviendo a llorar la muerte de sus padres, hermanos o abuelos.
Al ver que avanzaba su mal y no lo podían evitar, cada vez que pasaban por la popular curvita de la calle Girasol buscaban con la mirada aquella ancianita y se les encogía el corazón. Ahí seguía Vita, en su viejo mueble de madera, tan perdida y solita. Ya no los miraba, ni los recordaba, estaba totalmente ajena a lo que la rodeaba. Eso sus flores también lo sufrían, en consecuencia, su jardín comenzó a entristecer, porque su dueña ya no les daba cariño como solía hacer.
No solo los vecinos y las flores se dieron cuenta de que Vita necesitaba volver al presente y seguir siendo luz y alegría para toda aquella gente. Una mariposa de su jardín, anhelante de verla otra vez presente y feliz, tomó la decisión de rescatar a Vita de la nube que cubría sus recuerdos y la alejaba de forma tan cruel de todos ellos. Se acercó con cautela al oído de la anciana y con dulce voz le susurraba todo lo que Vita amaba y sin querer olvidaba.
Con la información que la mariposa de forma constante le secreteaba, sorprendentemente algunas conexiones en el cerebro de Vita se activaban. Así, Vita comenzó a volver al presente, pues la mariposa se encargó de decirle lo que en su corazón aún estaba latente, pero ya no recordaba su mente.
Poquito a poquito a Vita se le vieron nuevamente los ojos brillar, cuando al terminar de regar sus bellas flores se sentaba en su mueble de madera a disfrutar la lechita, siempre caliente, que le daba la energía para estar pendiente de todo aquel que por aquella curvita se hiciera presente. La mariposa la tenía muy activa, anticipando todo aquello que la podía alegrar y diciéndoselo al oído, para que en su memoria lo pudiera activar, y así lo volviera a pensar.
Muy pronto la gente comenzó a notar que Vita estaba volviendo a su realidad. De nuevo la rutina se hizo familiar. Con su encantadora sonrisa y dulce mirada se acercaba a saludar y ellos se detenían para darle con amabilidad un poquito de su tiempo y llenarse de la sabiduría que aquellas vivencias contadas por Vita les ofrecía.
Así, todos colaboraron como lo hacía aquella mariposa que el rescate de Vita había provocado. Sin saber cómo ni cuándo, los vecinos también se integraron a aquella dulce labor para que Vita viviera un eterno presente, radiante y feliz, como el sol, sintiéndose bien acompañada y amada. No permitieron que la soledad y la enfermedad apagara aquella ancianita que todos adoraban.
De ese momento en adelante se veía siempre a Vita presente y radiante, pero con una mariposita cerquita de su oreja, ayudándola a recordar que su vida era bella y plena.
Colorín, colorado, la memoria de Vita se sigue activando, con la atención que recibe en su vecindario y con la ayuda de aquella mariposita que en este momento le está secreteando que este cuento se ha terminado.
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