(29 de marzo de 2020)
Tengo dos semanas en casa, tuve que detener mis viajes, a los que ya me estaba habituando y que me han llenado de tanta satisfacción. Ha pasado algo que me ha hecho reflexionar de verdad. No había vivido nada parecido. Literalmente el mundo se ha detenido. Un microscópico virus ha frenado de golpe el afán de la humanidad. La gente ha tenido que permanecer en sus casas y aprender de nuevo a convivir en familia.
Es increíble, ya habían olvidado cómo era estar reunidos todos, han tenido que volver a mirarse a la cara, han tenido que preocuparse no solo por lo que les está pasando a ellos, sino por lo que le pasa a quienes tienen a su lado, sus familiares y vecinos, pues el bienestar de los demás también es el suyo. Se ha reducido de golpe el egoísmo y eso, dentro de lo malo es muuuy bueno.
Hemos tenido que dejar de buscar afuera lo que nos puede salvar, haciendo una mirada interior, tratando con gran temor de no presentar síntomas de contagio frente al mayor virus que podamos enfrentar, que aunque no lo creamos, no es el mortal coronavirus que ha estado alarmando la humanidad, sino aquel que ha sido capaz de enfriar nuestra relación con nuestro Padre Celestial, la conexión con nuestro creador, la falta de fe.
Y es que tan solo un virus ha podido hacer que comprendamos que la vida de todos pende de un hilo, que es frágil, como una cajita de fino cristal que se hace transparente ante la mirada de nuestro creador. Ese hilo del que pende en estos momentos nuestras vidas es la oración. Debemos hacer que ese hilo sea resistente confiando en Nuestro Creador y su plan divino. Confiando en que estamos bajo sus alas de amor, implorando de corazón su perdón y teniendo fe en que él, una vez más, estará dispuesto a protegernos, a salvarnos y a volvernos a encausar con amor en su camino.
Con confianza en el que todo lo puede,
Doña Aguja,
Estela, el diario de la Señora Puntada
La imagen fue tomada de: Fe Vectores por Vecteezy