Las jaulas estaban en protesta, cansadas de encerrar aves tristes. Tan pronto les traían un ave feliz, ellas, contentas las encerraban esperando gozar de su amistad, de su alegría y de sus canciones. Sin embargo, al instante de cerrar sus puertas se convertían en una prisión, en vez del hogar que ellas pensaban que brindaban. Las aves, por estar encerradas comenzaban a sentir que la tristeza iba invadiendo sus corazones. Así empezaban a pesarle más a las jaulas, por la carga de angustia que iban guardando muy dentro. Todo esto provocaba que se fueran apagando poco a poco sus cantos y con su llanto las jaulas que las apresaban se fueran oxidando y poniéndose cada vez más tristes y feas.
Al sentir el rechazo de las aves, las jaulas se quejaron de la situación ante sus dueños y, como respuesta, éstos las culparon a ellas diciéndoles que debían ser más llamativas. Las pintaron y decoraron, para que así las aves estuvieran contentas y agradecidas del espacio tan bonito en el que les había tocado vivir. Pero esto no funcionó y la tristeza seguía en aumento.
Por eso, una de las jaulas le dijo a las demás que había escuchado a la amiga de su dueña aconsejarle algo muy interesante cuando la visitó y se enteró del problema que estaban enfrentando. Le sugirió poner en práctica una frase muy popular de un poeta que había leído: “Si amas a alguien, déjalo libre; si regresa, siempre será tuyo, si no, nunca lo fue”. La jaula aseguró que, ante tal propuesta, su dueña rió con sarcasmo y le dijo entre carcajadas a su amiga que sus aves solo saldrían de las jaulas que las acogían si morían; pues, jamás correría el riesgo de perderlas de forma voluntaria.
Terminando de contar esto, la jaula propuso a sus colegas que hicieran ese experimento con las aves. Tomando en cuenta que ya el problema que enfrentaban se estaba saliendo de control. Estaban sin querer provocando que todas se estuvieran sintiendo muy solas y amargadas, como consecuencia de obligar a las aves a hacerles compañía, lo que estaba impidiendo que entre ellas creciera la amistad.
Todas las jaulas estuvieron de acuerdo con lo propuesto y al conteo de tres abrieron sus puertas, acordaron dejarlas abiertas por si las aves, en un momento, querían volver a entrar de forma voluntaria. Al ver esto, las aves salieron disparadas, cantaban, volaban y volaban, felices de recuperar sus vidas y agradecidas de que las jaulas se lo permitieran. Por eso, en lo adelante, con frecuencia, las aves volvían a visitar a sus nuevas amigas las jaulas, sin temor de que éstas las encerraran; pues, estaban muy seguras de que ellas las querían libres y felices, tal como se lo habían demostrado.
Moraleja: La confianza y la libertad fortalecen la amistad.
Nota:
Esta fábula surge del cuento “Enjaulados, jamás”, contenido en el libro de cuentos infantiles: “Seis gotitas de imaginación” de la autoría de María Cristina Espinal López.
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