Había una vez un planeta que era todo un paraíso. Tenía abundante agua y como su suelo era muuuuy fértil, sus habitantes disfrutaban sin preocupación de alimento y techo. En él convivían felices todas las especies. Pero un día, la gente fue atacada por el virus de la ambición. Un signo de peso cubrió sus ojos, robotizándolos, deshumanizándolos, enloqueciéndolos e impidiéndoles ver más allá de la meta que les impulsaba a actuar, la de tener muuuucho dinero a como diera lugar. No les importó derribar los árboles, ni contaminar los mares y el aire, tampoco les importó matar sin piedad los animales.
De esta manera fueron poco a poco agotando todo lo que había. No le hacían caso a la Madre Naturaleza, quien alarmada les advertía que si seguían así, el planeta no resistiría y con la muerte del planeta ellos también morirían. Al escucharla se les oía reír a carcajadas –¡JA! ¡JA! ¡JA! ¡JA!, llenándola de basuras, plásticos, pesticidas y quemando con indolencia sus cabellos. Frenéticos y deseosos de riqueza, le quitaban y quitaban lo poco que a la Madre Naturaleza le quedaba, quien ante ellos, triste, muy triste agonizaba, y aun así les imploraba:
– ¡DETÉNGANSE!, LES ADVIERTO, EL TIEMPO SE AGOTA Y VENDRÁ A COBRAR SU CUOTA.
Ante aquel brutal ataque las fuerzas de la Madre Naturaleza se fueron poco a poco debilitando y así, con su voz casi apagada, continuaba implorando:
– ¡NOOOOO!, ¡PIEDAD! ¡NOOOOOOO! …
Con su inminente agonía, una catástrofe se desató: por un lado ¡FUUUUUUUUU!, ¡FUUUUUUUUU!, soplaba con furia el viento, arrancando todo a su paso.
En otros lugares se botaban los ríos, escuchándose el clamor desgarrador cuando imploraban- ¡AUXILIOOOOOO!, ¡AUXILIOOOOOO!– al ser arrastrados por la corriente.
En otros escenarios, en el más absoluto y ensordecedor silencio, escucharon atónitos el lastimoso ¡PO! de la última gota de agua que pudieron escurrir de la llave. Mientras, en muchos otros sitios la gente más que caminar brincaba, buscando desesperados una sombra que evitara que el candente sol los derritiera o que el suelo bajo sus pies se abriera, escuchándose, por encima de sus gritos de dolor al moverse, el ¡CRAC!, ¡CRAC!, ¡CRAC!, de la tierra deshidratada, que no era más que su forma de crujir en agonía, por el fuego que quemaba sus entrañas y que estaba haciendo arder todo cuanto la vista podía abarcar alrededor, haciéndola estremecerse de forma involuntaria, como firme reproche porque no se atrevieron con tiempo a frenar todo lo que en su momento pudieron evitar.
Al tomar conciencia de que estaban tocando fondo comenzaron a temblar y como alma en pena a andar, así, de pronto, cual velo que se cae, asimilaron que ¡YA NO HABÍA AGUA!, ¡NI ÁRBOLES!, ¡NI ANIMALES!, ¡NI ALIMENTOS! que les pudieran salvar y que se había hecho muy tarde para poderlo solucionar.
Tal como fue pronosticado llegó la hora del señor tiempo, quien indignado había comenzado a cobrarle factura a aquellos habitantes que habían actuado como insensibles e ignorantes y, así les cuestionó, ante el grito de todos, quienes imploraban, a una sola voz: – ¡PERDÓN!:
– ¿PERDÓN?, ¿CON QUÉ ME HAN USTEDES DE PAGAR TODO ESTE MAL QUE NINGUNO SE PREOCUPÓ POR EVITAR?
Derrotados, todos notaron que solo tenían para pagar el dinero que habían podido frenéticamente acumular, pero con él, no había nada que pudieran ya comprar. Por eso nadie pudo evitar que el tiempo, simplemente detuviera su andar y con esto les llegara a todos su final.
Y, colorín, colorado, como esta triste historia está simplemente vaticinando el futuro de ese planeta, que todavía está en nuestras manos, no dejemos acumular esa deuda con la Madre Naturaleza y, en lo adelante, procuremos con más conciencia actuar y así la vida de todos garantizar.
FIN
La imagen fue tomada de:Naturaleza Vectores por Vecteezy
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