(28 de diciembre de 2019)
Esta tarde tuve que coser un corazón roto. Me sentí muy identificada con ella, pues hace unos años yo experimenté la misma pérdida, por eso soy capaz de ponerme en sus zapatos y saber la magnitud del dolor que se siente.
Sé que las personas son irreemplazables, eso lo aprendí con la pérdida de mi padre, pero hoy le tocó aprenderlo a una pequeña niña que encontré llorando. Ahora sé que el tiempo es la mejor medicina para sanar nuestras heridas, aunque eso lo sabrá mi amiguita en unos años, pues, a pesar de que se lo he dicho no me comprende, su mente está turbada por la pérdida. Está en chock por el dolor, negada a aceptar lo único que tenemos seguro desde nuestro nacimiento “La muerte”.
Pero la muerte no es tan mala como parece, por lo menos no para el que muere. Es mala para los que quedamos con esa sensación de que nos falta un pedazo de nuestro corazón; sin embargo, en el que muere ocurre lo mismo que le pasa a los árboles en otoño, que botan sus hojas para estar preparados para recibir hojas nuevas. Así, nosotros, al morir cambiamos de ropa, dejamos nuestra vestidura física y nos ataviamos solo con nuestra luz espiritual, que brillará más o menos según las experiencias que hayamos tenido y la manera en que actuamos en cada momento de nuestras vidas; pues, sin querer y, muchas veces sin saber, vamos escribiendo nuestra historia con cada una de nuestras decisiones, con cada una de nuestras acciones.
Pero esa escritura, aunque es con una tinta indeleble, milagrosamente nos permite hacer borrones, recapitular, arrepentirnos y volver a empezar. Solo quedará imborrable aquello que decidamos que quede y es tan maravilloso escribir en el libro de la vida que nos da también la oportunidad de borrar con la a aceptación y el perdón lo que quizás en un momento dimos por sentado como permanente y que después de meditarlo queremos cambiar con el arrepentimiento.
Es divertido escribir en el libro de la vida, pero es una responsabilidad muy grande hacerlo, pues habrá al final de cuentas un lector muy calificado que juzgará nuestra obra en un concurso en el que sabemos que las reglas permiten que todos podamos ser ganadores si llenamos las expectativas, cumplimos las normas y estamos a la altura esperada. Ahí sabremos si lo hemos hecho bien.
Con temor de mi hora final,
Doña Aguja,
Estela, el diario de la Señora Puntada
La imagen fue tomada de: Naturaleza Vectores por Vecteezy