En la gran canasta de una juguetería,
la bolita Dara mucho se aburría.
Aunque aquel domingo amaneció feliz
y de su rutina se quiso salir.
Pidió a dos bolitas que la levantaran
y con todas sus fuerzas afuera la lanzaran.
Brincando, brincando, se pudo alejar,
pero, su mascarilla olvidó llevar.
Cuando sus ojitos vieron a Simón, el camaleón,
se iluminaron de anticipo por la diversión.
Tomó varias témperas con cara traviesa
y ahogaba su risa, para no ser descubierta.
A Dara buscaban con desesperación
cuando notaron que faltaba en su posición.
Por eso salieron, muy angustiados,
¡es que a un malévolo virus había desafiado!
Aprovechando el caos que la rodeaba,
y ajena al peligro al que se arrojaba,
Dara ejecutó su grandioso plan:
camuflajearse, para no dejarse de nadie notar.
Así la bolita se pintó de azul,
y se pegó a las plumas del pato Raúl.
Nadie reparó en su presencia,
porque Raúl cantaba con excelencia.
Dara pensó: «!qué bien, no me están notando,
aprovecho y me muevo a un nuevo escenario!».
Se retiró buscando otro escondite,
cambiando de imagen, ahora como los confites.
Miraba alarmada que pocos pasaban,
y que la juguetería se veía extrañamente despoblada.
Es que en sus casitas toditos estaban,
como Doña Cuarentena se los ordenaba.
Con obstinación, Dara volvió a ignorar esa prohibición,
y salió a buscar pura diversión,
ella no reparaba en que estaba muy desprotegida,
sólo pensaba en disfrutar de una nueva aventurilla.
Miró una pecera llena de acción,
con una competencia de natación.
La bolita Dara se sintió feliz,
apostando todo a Daniel, el pez delfín.
De tanta alegría se puso a saltar,
cuando el pez delfín la ayudó a ganar.
Con cada brinquito se subía más,
y antes de advertirlo, se hizo notar.
El virus malvado la detectó,
y al verla tan distraída y desprotegida, rapidísimo pensó:
«¡ñaca, ñaca!, esta será una fácil presa para sumar,
a todos los que ya he logrado contagiar».
Con cara simpática la saludaba
y ella, inocente, se le acercaba,
cuando de repente… perdió el equilibrio al chocar con Juan,
el bate fuerte y guardián que la quiso ir a rescatar.
Ella se salvó por casualidad,
cayendo en su canasta a toda velocidad,
cuando fue bateada con habilidad,
por el fuerte Juan, su héroe puntual.
Todas las bolitas se pusieron en acción,
ejecutando el protocolo de desinfección.
Dara, enterita fue bien aseada,
hasta sus zapatillas fueron cuidadosamente lavadas.
Conversaron tranquilas, cuando se aseguraron,
que a la canasta, el virus, Dara no había entrado,
y tomando el té le hicieron notar,
que sin querer, ella, pudo a todas contagiar.
La bolita madre volvió a recalcar,
aquello que Doña Cuarentena suele pregonar:
«Si todos en sus canastas se quedaran,
ese malévolo virus sería historia pasada».
Aquella experiencia hizo a Dara, y a las demás reflexionar,
que en la gran canasta podían también jugar, estudiar y socializar,
y, que a la profe, los familiares y amigos podían dejar entrar,
pero solo de forma virtual.
Y, colorín, colorado,
ya todas las bolitas en su canasta bien protegidas están,
guardando distanciamiento social,
así fue como al malévolo virus lograron con prudencia controlar.
FIN
La imagen fue tomada de:Designed by brgfx / Freepik