La gallina Tina estaba emocionada, con orgullo se mantenía parada al lado de sus dos pequeños retoños, los pollitos Pachi y Paola, mientras esperaban con entusiasmo la carreta del pato Coqui, quien tenía por costumbre ayudar a llegar más rápido a los que iban en su misma dirección. Tina no podía creer que ya estaba acompañando a sus dos polluelos a su primer día de escuela. Recordaba el día que vio salir sus piquitos por primera vez del cascarón, volvió a sentir el amor y conexión que experimentó en aquel momento especial, eso la hizo abrir su pico y cacarear. Estaba emocionada y feliz, todos debían saberlo.
Bajo la hoja grande y verde que solía usar como sombrilla los protegía del sol y, al hacerlo, por un momento pensó en lo bueno que sería si así de sencilla fuera la vida, si ella siempre pudiera protegerlos de lo que les pudiera hacer daño, si los pudiera acompañar en todos los caminos que decidieran recorrer. Sabía que eso no sería posible, que ellos tendrían que aprender a sobrevivir en la sociedad en la que debían incorporarse y que, buenas o malas, debían ser ellos quienes fueran tomando sus propias decisiones y siendo, poco a poco, responsables de sus actos.
Sumida en estos pensamientos no escuchó cuando Paola le dijo que ya se acercaba la carreta. Al mirar a su tierna pollita, y ver lo linda que se veía bajo la flor que la tapaba, no tuvo más opción que dejarse arropar por la alegría, al recordar que tenía sobradas razones para celebrar: era madre de dos preciosas y saludables criaturas, tenía un esposo que los amaba a los tres y contaba con el privilegio de que sus hijos pudieran asistir a la escuela y educarse, a eso Tina le llamaba dicha y felicidad.
Cuando vieron que la carreta de Coqui se detenía a recogerlos se subieron con habilidad sobre el heno que esta transportaba, y saludaron con alegría a su buen amigo, quien estaba feliz de tener compañía en este viaje. Ese largo camino fue usado por Tina para volver a explicarles a sus pequeños lo que iban a encontrar en el lugar al que se dirigían. Les dijo:
– Recuerden, hoy se abrirá una puerta muy importante en sus vidas, la puerta del saber.
– Sí, mami, lo recordaremos – dijeron a coro Pachi y Paola.
– Préstenle mucha atención a su maestra y verán cuánto aprenderán, luego descubrirán lo que ese aprendizaje significará en sus vidas – expresó Tina con entusiasmo.
– ¿Aprenderemos a leer, mamá? – preguntó Pachi, hojeando el bello libro de cuentos que llevaba abrazado entre sus pequeñas alas.
– Así será, mi amor – le aseguró Tina a su pollito – en poco tiempo ya no necesitarás que sea yo quien te lea tu cuento favorito antes de dormir, porque lo podrás hacer tú mismo.
– ¡Yupi!, ¡yupi!, ya quiero llegar y aprender mamá, me siento feliz, voy a ser un gran lector – dijo Pachi, piando de la emoción – ¡pío!, ¡pío!, ¡pío!..
– Yo también aprenderé, ya verás – aseguró Paola, con toda la ilusión y seguridad de que sería una pollita estudiosa y amante de los libros, de todos los colores y tamaño.
– Así es, mi amor, y tendrás nuevos amigos, con los que jugarás en los recesos y te llevarás muy bien – le aseguró la madre, acariciando con sus alas la cabeza de su pequeña.
Al llegar, Pachi y Paola entraron a la escuela con caritas de expectación. Sus ojitos no dejaban de mirar todo lo que la profesora Paty les presentaba. Estaban realmente decididos a atender y así fueron aprendiendo de forma veloz.
Cuando llegaba cada recreo jugaban con todos sus amiguitos, por eso se fueron ganando el cariño de sus compañeros de clase. Sin embargo, nadie notó que la gatita Luli se sentía celosa de la atención que estaban todos prestando a los nuevos pollitos, pues ella venía de una casa donde era hija única y estaba acostumbrada a que todos le prestaran atención a ella, solo a ella.
Aprovechando que los alumnos se estaban divirtiendo a lo grande, Luli se acercó a la bella flor sombrilla de la pollita Paola y, furiosa, de dos saltos le rasgó todos los pétalos, destruyendo la sombrilla que Paola tanto apreciaba, porque había sido un regalo de su padre, el famoso gallo don Pancho, que le había obsequiado en su primer día de escuela.
Tan pronto Luli destruyó la flor sombrilla de Paola fue consciente del daño que había causado y se asustó. Guardó temblorosa sus garras, sin dejar de mirar las patas que había usado para aquella horrible acción, sin poder creer lo que había sido capaz de hacer tan solo por haberse dejado dominar por malos pensamientos. Así la encontró el pollito Pachi, totalmente desconsolada frente a los restos de pétalos que estaban en el piso y a los que aún seguían colgando del tallo, como negándose a desprenderse del lugar al que pertenecían y que de forma tan cruel le habían obligado a desconectarse.
La oveja Paty, la tierna maestra a la que todos le habían tomado mucho cariño y le tenían gran respeto, llegó a la escena siguiendo la voz de alerta que Pachi le había dado, aterrada por los maullos desgarradores de Luli, que ya se comenzaban a escuchar allá, en el patio, donde todos seguían en algarabía y diversión.
Luli se tapaba sus ojos con su peludo rabo mientras comenzaba, bajo llanto, a vendarse las patas para impedir que de nuevo pudiera perder el control y dejar salir sus garras, con intención de destruir, como acababa de suceder.
La maestra se acercó con cariño, se sentó junto a Luli y con voz suave le preguntó:
– ¿Qué ha pasado?, ¿Por qué lo has hecho?
Luli se abrazó a su maestra y entre maullos y sollozos le explicó:
– No sé qué me pasó, Paola no me ha hecho nada, profe. Creo que es porque me gustaría tener toda la atención y cariño como el que a ella le brindan. Sin darme cuenta comencé a dejar que ese pensamiento me martillara la cabeza hasta que fui consciente de que había destruido su sombrilla. Quería que ella no estuviera tan feliz como siempre está, que sintiera un poco del dolor que yo siento cuando veo que todos la quieren a ella y a mí no me prestan la atención a la que estoy acostumbrada en mi casa.
Paty le explicó a Luli:
– Vendar tus patas no será suficiente. El remedio perfecto sería no dejar que habitaran dentro de ti la furia y la envidia, porque si las dejas permanecer en tu corazón y siguen creciendo allí, aunque te vendes tus patas para evitar dañar a otros, eso va a volver a ocurrir. ¿Entiendes lo que te digo, querida Luli? – preguntó la maestra – levantando con una de sus blancas patas la barbilla de la gatita para ver su rostro, y así asegurarse de que le estaba prestando la atención que ameritaba el caso.
Con sus verdes ojos ocultos tras las lágrimas, la gatita Luli asentía, mirando avergonzada a su maestra. Entre maullos un poco más controlados le preguntó:
– Profe, ¿Cómo hago que salgan la envidia y la furia de mi interior?, yo no las quiero dentro de mí.
Paty aprovechó el arrepentimiento de Luli y le dijo:
– Si tienes un espacio limitado, como un cofre, y has guardado en él algunas cosas que te gustaban, pero después descubres que existen muchos otros tesoros valiosos que podrías guardar muy bien ahí, ¿Qué harías con los que ya no te gustan para poder guardar los que ahora sí son de tu agrado?
– Sacarlos, cambiarlos – contestó Luli, después de pensarlo un rato.
– Exactamente, Luli, imagina que tu corazón es ese cofre, solo debes llenarlo de las cosas buenas que quieres cultivar ahí y esos sentimientos que ahora no quieres alimentar, simplemente desaparecerán, cuando noten que ya no son de tu agrado, que no los alimentas con esos malos pensamientos y esas acciones incorrectas que te has dado cuenta que a veces has realizado.
– ¿Así de fácil se irán? – dijo Luli, con carita de esperanza.
– Sí, así de fácil. En el terreno de tu corazón solo crecerán aquellos sentimientos que alimentes cada día, sean estos buenos o malos. Por eso, cuida de que los que ahora crezcan dentro de ti sean solo los buenos, los que te hagan sonreír y ser feliz, los que hagan que estés en paz con tu conciencia, no los que te provoquen lágrimas a ti o a los que te rodean.
Luli abrazó a la maestra, agradecida por la ayuda y por sus orientaciones.
Entonces, Paty le dijo, para que notara que debía reparar el daño causado, señalando la sombrilla:
– Querida Luli, como algo que no es tuyo has destruido, debes acercarte a Paola, comunicárselo y tratar de corregirlo, en la medida de tus posibilidades.
Así Luli lo hizo. Totalmente arrepentida y convencida de que Paola necesitaba una explicación, se acercó a ella y le dijo:
– Paola, sé que hoy te he hecho sufrir dañando el bello regalo que te dio tu padre. He estado reflexionando sobre lo que hice. He notado que me gusta la forma en que todos te quieren y deseo que los demás también sientan eso por mí. Creo que por eso reaccioné de manera violenta y ataqué tu sombrilla. Ahora sé que esa no es la manera como puedo provocar el cariño en los otros.
Quisiera reparar tu sombrilla, sé que no va a quedar tan linda como la tenías; pero, cuando la veas cosida, quiero que pienses que esos remiendos muestran mi cambio. Ahora tendrás una sombrilla cosida y una fiel amiga. Hoy he aprendido que dando amor, como tú lo haces, recibimos amor, como el que todos te dan. De ahora en adelante yo te daré amor y espero que tú puedas perdonarme y regalarme tu amistad.
Al escucharla, Paola recordó lo que le dijo su papá al entregarle ese regalo, y se lo dijo de la misma forma a Luli, como una clara moraleja:
– “Con una sombrilla te protegerás del sol, pero tu verdadera protección, siempre serán el amor y el perdón”. Yo te perdono Luli, aprecio tu amistad y arrepentimiento, ya he sido recompensada con eso. Y como dice mi papá: “Si vas ganando amistades, indica que has sabido como a tus hermanos tratarles”.
De esta manera, Paola abrazó a Luli y las dos sonrieron sorprendidas de que todos estuvieran aplaudiendo que pesara más la amistad que la sombrilla que Luli estaba comenzado ya, con su arrepentimiento, a remendar. Así, bajo la sombrilla del amor y el perdón, Paola y Luli construyeron una nueva y linda relación.
Fin
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